No puedo
“¿Cómo lo hacen los hombres?”, se preguntó. Pronto se respondió sola: claro, es que ellos pueden, ellos sí pueden tomarse un día de descanso y no ser eliminados del mapa.
Estás cansada, estás agotadísima. Te lo dicen las rodillas, la piel deshidratada, esos extraños brotes en la frente, la fina punzada que se instala sobre el ojo izquierdo cada vez que pones la cabeza en la almohada.
Estás agotada, son 20 años, ¿o 25?, de correr sin parar.
De decir sí, de hacerlo lo mejor que puedas, de sentirte culpable cuando algo no sale perfecto. De pelear a dentelladas contra el “abrefácil” que te permitirá cenar cualquier cosa hoy (porque no hay tiempo para cocinar) y de pelear también a dentelladas contra ese maldito síndrome de la impostora.
Te detienes un segundo y piensas: ¿de veras es necesario todo esto?, ¿no puedo renunciar a nada?
Tal vez dejar de salir a correr religiosamente o dejar uno de los seis trabajos que malabareas a ritmo de “tú puedes”, mentadas de madre y la cuadrícula de tu excel que dice que sin un ingreso fijo no puedes permitirte el riesgo de que en cuatro meses nadie te llame para proyecto alguno.
Tal vez engordar sin culpa.
T…
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