Cuando Napoleón perdió la cabeza
No es un secreto que un momento favorito después de un viaje, es llegar a casa y reacomodar los imanes que viven en mi refrigerador, cual monumento a los viajes.
Ese pedacito de algo te puede llevar de nuevo a un lugar especial mediante una anécdota. Mi primer monumento a los viajes lo comencé cuando vivía en casa de mi mamá, en su refrigerador tamaño familiar. El día que decidí independizarme, le pregunté qué pasaría con mis imanes y casi, como si estuviéramos repartiendo a los niños, accedió a que me llevara la mitad, además, con el argumento de que mi refrigerador sería más pequeño. Y pues sí.
Si hay algo que compro con dedicación o que pido que me traigan, son imanes; pero no cualquiera, se debe buscar con dedicación y deberá ser una mezcla de: muy yo, muy ellos y su viaje, para entonces tener una anécdota que recordar. Hoy creo que vale más mi colección de imanes que el propio refrigerador. Hay 165, cada uno con su historia.
Un día, decidí clasificarlos por el tipo de material con el que están hechos, los de pasta van al costado izquierdo, lejos de la puerta y de los bebés de mi familia; los que no corren riesgo de romperse, entonces esos a…
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