El DF en Semana Santa
La ciudad se tornó poesía ante mis ojos y a medida que se acercaba la noche el embrujo se fue haciendo mayor.
Por Diana J. Torres
La primera vez que me tocó quedarme en esta ciudad en Semana Santa andaba medio agüitada porque no tenía ni un peso, ni para ir siquiera a La Marquesa o al Ajusco, ¡ni para Chapultepec me alcanzaba! Mis amistades, la gran mayoría, salieron en estampida de la urbe y yo me quedé en mi cuarto de azotea en la Obrera mirando el techo y pensando qué hacer con mi miserable vida. En mi desesperación de Viernes Santo me puse a ordenar mi cuarto y, entre mucho polvo, mucha ropa sucia, muchos libros regados por todas partes, apareció una bolsita ziplock bastante vieja que contenía un polvo verdoso sin identificar. No recordaba lo que era ni quién me lo había dado ni cuándo, sólo tenía por seguro que era algún tipo de droga no reconocible por su olor (si hubiese sido mota lo sabría en un instante), así que decidí hacerme un licuado con el contenido e ingerirlo de un trago. Total, no tenía nada que perder en mi supremo aburrimiento y lo peor que podía pasar (pensé…
Keep reading with a 7-day free trial
Subscribe to OPINIÓN 51 to keep reading this post and get 7 days of free access to the full post archives.