Por Diana J. Torres
El Caballito resplandece bajo el sol, ya sofocante, de las 10 de la mañana. Es una escultura siniestra que nunca me gustó; cuando paso por reforma en bici trato de voltear para otro lado porque no sé si sea su color o su apariencia de juguete abandonado por un niño gigantesco, pero me genera profunda ansiedad. Y ya sea por asociación directa o metafórica lo relaciono con una de las instituciones más terroríficas del país (el Sistema de Administración Tributaria, SAT ), y ello hace su presencia aún más incómoda.
Desde que llegué a México, por mi actividad artística, académica o literaria, siempre tuve problemas con las dichosas facturas: primero porque estaba “ilegal” (entraba y salía del territorio mexicano cada seis meses) y siempre tenía que “prestarme” la factura otra persona; luego porque era residente temporal y mi régimen a la fuerza tenía que ser sin responsabilidades fiscales (porque se supone que mi esposa estaba obligada a mantenerme); y ahor…
Keep reading with a 7-day free trial
Subscribe to OPINIÓN 51 to keep reading this post and get 7 days of free access to the full post archives.