Una historia que amerita ser contada
Esta historia es profundamente inspiradora porque me enseña que los liderazgos pueden hacer una diferencia profunda.
Hoy les cuento una historia que impacta. Una historia que amerita ser contada.
Me encantan las historias de personas que en su caminar por la vida dejan cosas buenas a sus semejantes. No tienen que ser premios nobel (ya antes escribí algo sobre Esther Duflo que sí lo consiguió), ni grandes personalidades, solamente personajes que tienen buenas historias que contar porque no la tuvieron fácil y lograron ser exitosas, o porque la vocación fue tan apabullante desde muy temprano en sus trayectorias de vida, que la manifestaron de manera generosa más adelante.
Hoy voy a escribir sobre Ana María Cauce y la Universidad de Washington (UW). Las conocí a ambas hace unos días en una visita a Seattle con el Consejo Directivo del TEC de Monterrey, del cual me siento muy honrada de formar parte. Lo que me gusta de la historia que voy a relatarles (y que construyo a partir de un encuentro con ella y de información pública en el internet), es la manera en que embonan dos grandes aspiraciones…
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