¿Hasta morir?
La mal llamada generación de cristal aprendió algo que a nosotros nos enseñaron a tolerar.
Por Kimberly Armengol
He de confesarlo: me volví ese adulto que repugnaba en la juventud.
Cada onomástico quisiera obviar la verdad genealógica y saberme aquella estudiante de la H. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la máxima casa UNAM (léase que si hay algo que me enorgullece de mi vida es haber pasado por esa Universidad en todos los multiversos).
Sirva este paréntesis para explicar que mi yo adulto rechaza el lenguaje incluyente y lo “políticamente correcto” en todos los micrófonos que tengo la oportunidad de tocar. Odio el elles, me generan conflictos muchos aspecto de la llamada generación de cristal, principalmente su fragilidad y baja resistencia a la frustración; decir “ciudadanos y ciudadanas” o “niñas y niños” me parece falta de eficiencia lingüística.
Ese yo de antaño cantaba a todo pulmón las rolas de Caifanes. Hubo una en particular que me extasiaba, la que me hacía sentir que el amor de mi vida en turno me la dedicara y era “Hasta morir”.
Hace unos días, calentan…
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