La piel, ese generoso y doloroso lienzo
No fue fácil al principio aceptar que esa cascada de tinta en la piel estaba entrando en casa, no sólo como un acto de rebeldía, sino como la que sería la forma de vida de mi única hija
Uno nunca sabe cuándo se va a cruzar con el destino, porque aunque la vida nos habla, andamos tan distraídos que difícilmente la escuchamos.
A veces pasan años, antes de reconocer las señales que estaban a sólo unos pasos, en algún comentario o en un recorrido turístico que hizo parada en una situación particular, que estaba anunciando una cotidianidad inesperada, y a veces, lo que será nuestra cruzada.
Eso me sucedió a mí durante un viaje familiar en el verano de 2010. Estaba con mi hija de entonces 12 años y su papá, sentados en la mesita de un café de banqueta en la concurrida avenida Andrassi en Budapest.
Estábamos matando el calor con unas limonadas mientras observábamos los contrastes de los caminantes de esa capital tan hermosa como rara, de la Europa Oriental.
Entre el mosaico de nacionalidades y colores, de pronto pasó frente a nosotros una pareja de jóvenes húngaros “punk”, rubios, altísimos, escuálidos y con una piel cuya transparencia se disimulaba con una c…
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