Marchar o no marchar
No podía creer que hubiese tanta gente como yo, que estuviese pasando por estos pequeños infiernos que trae a la vida de una el hecho de no ser heterosexual.
Diana J. Torres
Desde muy niña fui a marchas, siempre me gustaron mucho. Cuando a los 17 fui a mi primera del orgullo estaba extasiada: no podía creer que hubiese tanta gente como yo, que estuviese pasando por estos pequeños infiernos que trae a la vida de una el hecho de no ser heterosexual. Iba con mi cabeza rapada, mi labris tatuado en la espalda y de la mano con mi novia, vaya, el outfit completo. Claro que entonces (Madrid, 1998) no se trataba únicamente de una estética sino que para mí era un acto de disidencia y rebeldía que me causaba aún más problemas de los que ya tenía como aborrescente. De hecho esa misma noche, regresando a casa a altas horas de la madrugada ambas fuimos perseguidas por un grupo de neonazis, bates de baseball en mano, al grito de "lesbianas de mierda".
Luego hubo muchas marchas del orgullo, del 8 de marzo y más que ninguna otra del 4F. El 4F fue un caso de corrupción política, policial y judicial que acabó con dos personas muy importantes en mi vida presas…
Keep reading with a 7-day free trial
Subscribe to OPINIÓN 51 to keep reading this post and get 7 days of free access to the full post archives.