Por Mónica Hernández Mosiño
Para mí el otoño es la época más brillante y sorprendente del año. No solo por la comida caliente que reconforta, por la bendita NFL, la Champions, la ópera, el teatro, el suéter y tal vez, el abrigo. Tampoco por los colores ni por las hojas en el suelo, recordatorio perenne que todo tiene un ciclo y que todo termina. Según los seguidores de la WICCA, tiempo de cosecha y de relajación, de prepararse para el invierno y el nuevo ciclo.
Imaginemos que estamos en el siglo XVI, cuando las ferias de animales vivos, quesos y embutidos artesanales eran el único medio de comercio y paraíso de la distribución y que se reúnen unos amanuenses (no existía la imprenta aún, sino hacia el fin de ese mismo siglo), profesionales de la palabra y de la edición, que eran como puede suponerse, miembros de las órdenes religiosas. Vendían recetas para tinta, algunos tipos primitivos de papel, plumas de ganso, secantes, sellos, ceras y vitelas, que no son sino pieles de animales non…
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