Lo recuerdo como un día lleno de ansiedad porque siempre era el último de vacaciones. Además de revisar el uniforme y los zapatos nuevos, repasaba la lista de útiles forrados y marcados, junto con todos los colores sin usar y todo lo que el año escolar traería para estrenar. A la desilusión de haber terminado los larguísimos días de verano (y eso que no se cambiaba el horario), le acompañaba la duda de con quién de mis amigas me tocaría y si las maestras serían brujas o buena onda. Todo ello rodeado de silencio, porque en mi casa el informe de gobierno de cada primero de septiembre era sagrado. Tengo recuerdos de mi padre sentado frente al televisor, con los cinco sentidos puestos en lo que informara el jefe del ejecutivo aquella mañana. Era un día solemne en cada casa de aquel México que parece haberse ido para no volver jamás.
No sólo se respetaba la figura investida, sino la institución que representaba los derechos y obligaciones de cada ciudadano mexicano. …
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