Ya no quiero bailar con Andrés Manuel
Si el baile fuese inocuo, nada de esto importaría, pero la pista está hecha de lodo y cuerpos.
El baile requiere de dos personas dispuestas a moverse, el ritmo lo lleva siempre él. Enciende la música de lunes a viernes sin falta, a las 7 a.m. El escenario está puesto, los ojos, la pista de baile, el equipo de audio y las cámaras que magnificarán cada movimiento, cada palabra. No importa si miente, si tropieza, si en una misma oración se contradice, es tan malo y tan adictivo como un reguetón, pegajoso por su simpleza, por su ritmo burdo, fácil de seguir, sus palabras coloquiales sencillísimas de entender, por eso hace creer que cualquiera puede hacerlo. Se ríe de las masacres, minimiza asesinatos: ya no hay impunidad, repite como si fuera mantra. Gobierna a punta de pensamiento mágico, decreta en una reunión sobre seguridad, que no es más que el recuento de los platos rotos y, sin embargo, después de contar cadáveres sonríe y empieza a bailar.
La música es fuerte, tanto que no deja escuchar nada más: el tiempo se pierde en autocomplacencias, comparaciones sin sent…
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