¿Quién le pedirá perdón a Ricardo?
La necesidad de las autoridades de presentar resultados o parecer eficientes empuja a crear falsos culpables. Pero siempre hay un testigo, un cabo suelto o en este caso: siempre hay una cámara.
La prueba más dura para Ricardo Ortiz inició cuando declinó a sus ganas de defecar. Tenía dos días dentro de una celda con 13 personas y era la primera vez en su vida que tendría que hacer sus necesidades en un retrete frente a todos, sin puertas ni espacio para la intimidad. Prácticamente al lado de las literas de cemento y hacinadas que compartían para dormir entre dos o tres detenidos.
Habían pasado más de 48 horas de que fue detenido junto con 25 compañeros distribuidores de agua con pipas, acusados erróneamente de extorsión en un operativo de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México.
Esa segunda noche después de vivir entre el mal olor del apretujamiento de cuerpos, la suciedad y el baño que se tapó en varias ocasiones, se rindió ante las necesidades físicas. "Eso fue lo más difícil, pero luego vinieron otras cosas", me cuenta Ricardo. Todo es susceptible de empeorar, diría Julio Cortázar, y así fue.
Las primeras horas confió en que todo se arreglaría y se daría…
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