Sobre el pedir, el dar y los mendigos
Si en mi próxima vida, o en esta, llego a pedir dinero en las calles, inventaré una técnica que además propicie la paz y la concordia.
Debí acercarme a la primera bendición. Sólo que no era para mí. Así que únicamente la escuché a lo lejos como quien oye una conversación ajena y de pronto siente un impulso repentino de opinar.
Venía caminando a paso apretado ataviada en mis botas vaqueras, cuando oí una de las bendiciones más sinceras y emotivas que un mendigo, después de recibir unos centavos, puede dar. “Que Dios le acompañe, de verdad, que Dios… y que su día sea muy especial”, le dijo a una mujer el hombre ciego, y recargado sobre la pared, mientras sostenía un vasito de plástico apenas relleno por unas monedas. La escena ocurrió fuera de una estación del metro de la 79 Street y Broadway, en la ciudad de Nueva York, en el barrio de Upper East Side, donde viví durante un mes.
En el tiempo que pasé en esa zona, en enero de 2020, vi al mendigo en varias ocasiones. A pesar de la premura con la que solía andar en los minutos en los que me enfilaba para ir a clases a la Universidad de Columbia, alguna vez frené y observé…
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