Todos los días eran iguales hasta que llegaste tú
Cada persona tiene un tiempo, una forma de estar que lo hace ver mejor: es su luz y es nuestro tiempo.
Su luz.
La primera vez que lo vi tenía el resplandor del sol en su cara; sus cejas eran el marco de un cuadro que seguramente alguien pintó para mí, ni muy alto ni muy guapo, atractivo. Él quizá tenía un par de horas en este terreno del placer en el cual se convierten los bares cuando ves ganar al equipo de fut de tu país en un Mundial. Quiero decir que a lo mejor había bebido lo necesario para intentar ligar a una desconocida; la desconocida era yo.
Sentí que ese hombre me gustaba y no sabía por qué:
–¿No te molesta que me siente a tu lado? – (él se podía haber sentado frente a mí), a lo que respondí “No, me da igual”.
–Me siento aquí, para sentirte más cerca –sostuvo.
Recuerdo esa escena y sonrío.
Pasó la noche y pasaron las caricias. Él dormía y yo flotaba a su lado. Mi vida había sido monótona los últimos meses. Seguramente él había tenido muchas parejas y yo otras tantas. Me sentí avergonzada, no creía que podría conocer a alguien tan rápido en un bar. Mi mejor antídoto contra la resac…
Keep reading with a 7-day free trial
Subscribe to OPINIÓN 51 to keep reading this post and get 7 days of free access to the full post archives.