“No nos acostumbramos al suplicio de vivir con el obsesivo y repiqueteante ruido; es más, llegamos a ser supersensitivos a otros ruidos”. Baron, R.
Te despierta el estruendo del avión que enfila hacia el aeropuerto, notas que sigue la fiesta en el departamento contiguo con música que se confunde con los gritos de júbilo de los asistentes, el zumbido de los coches y las motocicletas por los arrancones de cada noche parece haber finalizado. Son las tres de la mañana y piensas que te quedan pocas horas de descanso antes de que la vecina comience a azotar puertas, prender la radio y compartir la frecuencia de su predilección con todo el vecindario, y que también inicien las bocinas de la ciudad a cargo de quienes empiezan la jornada estresados y con la prisa que imprime la ciudad. Tratas de retomar el sueño interrumpido y en lugar de contar ovejas cuentas los aviones y el tiempo que permanece su estela de ruido en el espacio. Descansas poco y amaneces con dolor de …
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