Miro la foto, el vestido blanco perla de la boda de mi amiga, el pelo recogido en ese peinado alto que levantaba los pómulos aunque no el ánimo, la sonrisa desamparada pero estruendosa detenida un segundo, mi risa cómplice junto a la suya. Sonrían. Clic.
Las dos sabíamos que no quería casarse, pero era tarde. Se quedó sola un segundo antes de salir con el vestido ceñido a la cintura adelgazada a punta de dieta no-carbs-no-wine y ansiedad de novia enloquecida, la dieta de la hija perfecta, la que obedece, la dieta de no atreverse a los excesos en la vida. Se quedó sola un segundo, qué estoy haciendo, y pidió un tequila, se lo bebió de un trago.
Luego la fiesta: cantamos, bailamos, nos emborrachamos hasta el delirio. Y después un silencio: no se casen, muchachas. El novio de mi amiga, ahora lustroso y recién estrenado marido ebrio, nos decía arrastrando las palabras: no se casen.
Ella sabía que no quería casarse, él sabía que no quería casarse, pero se casaron. Es que mis papás, es que los…
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