Cuando entré a la habitación miré a Eva, una mujer de 68 años diagnosticada con Parkinson desde hace 19 inviernos y Alzheimer desde hace 12 primaveras. Ni siquiera se inmutó cuando toqué la puerta y creo que ni escuchó cuando le pregunté si podía pasar; tampoco volteó cuando me acerqué a saludarla.
Eva estaba ausente con la mirada fija a la ventana que da a la calle de Heriberto Frías en la colonia Del Valle con la mano temblorosa derecha en su muslo mientras su mano izquierda daba la impresión que detenía su rostro. Cualquiera que la viera pensaría que observaba con atención a los corredores del parque o a los niños jugar en la resbaladilla, a la mujer que hacía sentadillas –como si no hubiera un mañana–, o que quizá sus pupilas se habían centrado en una pareja que se besaba apasionadamente, pero no, Eva observaba sin mirar.
Ocupé entonces el sofá vintage de madera dorada y terciopelo verde que estaba a su derecha y habían previsto para mí. Aquel sería mi sitio para p…
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